sábado, 28 de mayo de 2011


Juan 15,18-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»

 
Los pueblos, cada cultura, tendrán que hacer su propia lectura del Evangelio hasta que aprendamos a mantener la unidad de la fe, de la comunión, en medio de la pluralidad de expresiones, de formas. Hasta que aprendamos a diferenciar lo esencial de lo accidental, lo nuclear del Evangelio de lo que son sus expresiones culturales concretas. Jesús no rechazó nada de lo humano. Nosotros tampoco deberíamos.
Es posible que el mundo nos odie. Ya nos lo anuncia Jesús en el Evangelio.. Si el mundo nos tiene que odiar que sea porque defendemos la dignidad de la persona humana en todas sus formas, porque defendemos la vida y la justicia. Porque desde el Evangelio criticamos todas las culturas, incluida la europea, en lo que tienen de opresión y esclavitud para la persona, para todas las personas.
El mensaje de Jesús es para todos, sin excepción. El mensaje de Jesús es buena nueva para el mundo, para este mundo. Es salvación, redención, reconciliación, vida y esperanza. Los pobres lo reconocen porque les devuelve a la vida. Los poderosos, los que se sienten saciados, lo rechazarán porque atenta contra su posición y su bienestar. Eso fue lo que le pasó a Jesús. Nosotros no vamos a ser menos.
¿Quiero seguir a Jesús? ¿Quiero para por las mismas realidades que paso él?

Jesús, aquí estoy
para seguirte donde tú vayas.
Quiero ser tu discípulo fiel
y aprender todo lo quieras enseñarme.
Te ofrezco todo lo bueno
que hay en mí para servir a los demás.
Estoy disponible, Señor,
para seguir tus pasos.
Estoy feliz
porque a tu lado
aprendo a vivir haciendo el bien.
Tengo muchas ganas
de crecer en la fe,
en la esperanza
y en el amor a los demás.
¡Ayúdame a vivir
como un buen discípulo!