miércoles, 1 de junio de 2011


Juan 16,12-15

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que toma de lo mío y os lo anunciará.»



Las personas no somos capaces de entenderlo todo, de abarcarlo todo, de comprenderlo todo. En la vida de cada persona hay zonas de misterio, que no le son inmediatamente accesibles. Muchas preguntas quedan sin encontrar salidas. No somos capaces de responder a todos los porqués que se nos plantean: los nuestros, los de las nuevas generaciones que nos suceden, los de la época que nos toca vivir… Nuestra limitación comprensiva topa de frente con el misterio ínsito en la vida: con el misterio del mal, con el del amor, con el de Dios y con tantas otras realidades. Pero nuestra condición limitada y temporal puede llevarnos a convertir la vida nuestra en espacio abierto para el conocimiento progresivo de la verdad. La verdad tiene dos aspectos: ha de ser anunciada y debe ser acogida y comprendida. Por tanto, para que nuestra vida sea territorio de revelación y de descubrimiento de sentido, es necesario acoger y comprender al Espíritu que nos anuncia progresivamente la verdad plena.
En la medida en que vivamos en apertura y con actitud de escucha y asombro ante la sabiduría que es derramada por el Espíritu, en esa misma medida iremos asumiendo el futuro en la perspectiva correcta. Se nos desvelará como historia de salvación y no de condenación. De esa manera vamos experimentando la novedad de cada instante, que está llamado a ser lugar y ocasión de encuentro con Dios, de amor a los hermanos, de reconciliación con la realidad creada.
¿Estoy dispuesto a acoger el espíritu? En la medida que lo acogemos caminaremos hacia una vida nueva.



Dios de la Vida,
danos tu Espíritu,
para que nos haga nuevos,
para que nos impulse a la misión,
para que seamos testigos,
hermanos y mensajeros.
Para que vivamos
en el Espíritu de Jesús
y él nos muestre
las huellas del Reino
en la sociedad que vivimos.