domingo, 18 de noviembre de 2012




BARTIMEO Y EL MANTO
Estamos en la semana en que celebramos la fiesta de Juan María.  Durante este año meditamos y trabajamos el texto del ciego Bartimeo.  Os hago llegar a vosotros una adaptación y una invitación a dejarmos mirar por Jesús y descubrir cual es el manto con el nos cubrimos diariamente.
 

LA INVOCACIÓN.

Soy  Bartimeo, hijo de Timeo, y deseo contaros mi historia, que se cruzó, en una mañana llena de sol y de luz, con la historia de Jesús, transformándose por completo desde entonces.

En mi andadura tal vez también vosotros podéis hoy reconocer el hilo de vuestra relación con Jesús de Nazaret; la trama de mi aventura humana se ha tejido entre varias voces que la han orientado y dirigido; en la ceguera más profunda, estas voces surgieron como  miradas interiores que me golpeaban, me orientaban, me transformaban.

Aquel día me encontraba en el camino de Jerícó, sentado, como siempre, al borde del camino; y desde allí donde la vida y mi historia me habían relegado, imploraba- cuando oía pasos y voces – la piedad y la compasión de los transeúntes.
Estaba envuelto en un manto que me protegía del frío y del polvo, pero también de las humillaciones y de los imprevistos. Aquel manto era una parte de mí mismo, en aquel tejido estaba mi modo de afrontar la vida, mis experiencias pasadas, todo lo que me habían enseñado desde que era niño, el juicio de la gente y los hábitos de muchos años…

Envuelto en mi manto, allí estaba yo inmóvil, sentado, esperando…. Aquel día había sido una extraña excitación en el ambiente, se sentía a lo lejos el rumor de la muchedumbre que se acercaba cada vez más; sentí el sonido de muchos pasos que hollaban el sendero pedregoso. Algunas personas decían: “¡Rabbí!”; otras lo imploraban… Entonces comprendí que estaba llegando Jesús, el de Nazaret, y con él una multitud que lo seguía de ciudad en ciudad, de aldea en aldea; estaba a punto de pasar el profeta que en aquellos tiempos hablaba de las muchedumbres, sanaba a los enfermos, daba esperanza a los  más desesperados… Desde lo más hondo de mi soledad y de mi humildad, grité; “Hijo de David, ten compasión de m´”.

Y precisamente mientras gritaba, voces de personas que pasaban delante de mí y que no conocía ni veía me regañaban, tratando de impedir que siguiera gritando mi necesidad, que hiciera llegar mi súplica, me decían que me callara, y eran un obstáculo  para mi invocación… Pero cuando más me decían que me callara, tanto más gritaba yo a voz en grito: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!”.

De pronto sentí que alrededor de mí se había hecho el silencio e intuí una presencia diferente, que dijo: “Llamadlo”. Los que antes querían que me callara, al percibir la autoridad de aquella orden, se acercaron a mí. Me invitaron a levantarme y acercarme al profeta, a Jesús, que estaba allí, cercano a mí, cuya fuerte personalidad me había atraído ya.

Después se produjo una serie de pasos y acontecimientos que me han marcado profundamente… La historia del encuentro con Jesús es diferente para cada persona, pero en todas ha habido invocaciones, curiosidad y deseos, antes de que la fascinación misteriosa de quien sabe mirar dentro, mientras tú no ves, se adueñe de ti para siempre…

Entonces sentí en mí una fuerza que me hizo ponerme en pie… Sentí que podía empezar a caminar y arrojé el manto que me había protegido y defendido, pero también me había dejado solo y bloqueado. Finalmente, libre de mis miedos y resistencias, en un arranque de confianza y de deseo, me acerqué a Jesús, y él me hizo la pregunta más importante de mi vida, la que nadie me había hecho nunca, la que ni siquiera yo había conseguido hacerme: “¿qué quieres que haga por ti? “.

En aquel momento caí en la cuenta de todo mi pasado, de todo lo que no había comprendido yo de mí y de la vida; le llamé “maestro” y le pedí que me devolviera la vista…

Me dijo: “Anda tu fe te ha curado”. Descubrí que tenía una fuerza nueva, una confianza insospechada; mis ojos se abrieron y, pude ver su rostro… y, como envuelto por su mirada profunda y luminosa, sentí deseos de caminar, de moverme, y empecé a seguirlo…

Desde entonces no volví a abandonarlo. Hubo fatigas y dificultades, pero él estaba en mi vida y yo podía verlo todo de un modo nuevo.
PARA PENSAR

“Aquel manto era yo de alguna manera… “Piensa en tus experiencias pasadas, en tu modo de afrontar la vida, en todo cuanto siempre te han enseñado, en los hábitos que has adquirido, en tus prejuicios, en tu modo de sentir la vida…

Escúchate… y elige un manto con el que envolverte…”. ¿cómo es ese manto con el que me envuelvo?

¿Cuáles han sido los pasos significativos de Jesús en mi vida? 

- Pienso que escucho a Jesús que pasa junto a mí. ¿qué invocaciones brotan de mi corazón?
 
¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué deseo para mi vida?