12 de marzo
En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros.
Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Jesús les replicó: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.»
Es una invitación exigente y atrevida. Jesús mira a Leví y lo llama. Le invita a cambiar de vida, a seguirle.
Jesús también me mira a mi. ¿Me dejo mirar por él?
Jesús es así. Él te llama, donde tú estás. Puedes estar en la mayor tristeza o con grandes pecados (como Leví, que vivía robando y explorando a sus conciudadanos).
Jesús te mira y ve aquello en lo que puedes cambiar. Y te llama. Sin contemplaciones. Sin muchas explicaciones. Sin darte tiempo para buscar disculpas.
Te dice: Sígueme. Ven conmigo. Ven a compartir mi estilo de vida. Ven a descubrir una vida nueva y más bella, más llena de alegría.
Oración:
Tú me estás llamando, Señor.
Siempre.
En cada momento de mi vida.
En las alegrías, y las tristezas.
En los momentos sin sentido.
En los grandes momentos de la vida.
Abre mi corazón
y mis oídos a tu invitación.
¿A dónde me llamas hoy, Señor?
¿Qué quieres de mi?