BARTIMEO Y EL
MANTO
Estamos en la semana en que celebramos la fiesta de Juan María. Durante este año meditamos y trabajamos el texto del ciego Bartimeo. Os hago llegar a vosotros una adaptación y una invitación a dejarmos mirar por Jesús y descubrir cual es el manto con el nos cubrimos diariamente.
LA INVOCACIÓN.
Soy Bartimeo, hijo de Timeo, y deseo contaros mi
historia, que se cruzó, en una mañana llena de sol y de luz, con la historia de
Jesús, transformándose por completo desde entonces.
En
mi andadura tal vez también vosotros podéis hoy reconocer el hilo de vuestra
relación con Jesús de Nazaret; la trama de mi aventura humana se ha tejido
entre varias voces que la han orientado y dirigido; en la ceguera más profunda,
estas voces surgieron como miradas
interiores que me golpeaban, me orientaban, me transformaban.
Aquel
día me encontraba en el camino de Jerícó, sentado, como siempre, al borde del
camino; y desde allí donde la vida y mi historia me habían relegado, imploraba-
cuando oía pasos y voces – la piedad y la compasión de los transeúntes.
Estaba
envuelto en un manto que me protegía del frío y del polvo, pero también de las
humillaciones y de los imprevistos. Aquel manto era una parte de mí mismo, en aquel
tejido estaba mi modo de afrontar la vida, mis experiencias pasadas, todo lo
que me habían enseñado desde que era niño, el juicio de la gente y los hábitos
de muchos años…
Envuelto
en mi manto, allí estaba yo inmóvil, sentado, esperando…. Aquel día había sido
una extraña excitación en el ambiente, se sentía a lo lejos el rumor de la
muchedumbre que se acercaba cada vez más; sentí el sonido de muchos pasos que
hollaban el sendero pedregoso. Algunas personas decían: “¡Rabbí!”; otras lo
imploraban… Entonces comprendí que estaba llegando Jesús, el de Nazaret, y con
él una multitud que lo seguía de ciudad en ciudad, de aldea en aldea; estaba a
punto de pasar el profeta que en aquellos tiempos hablaba de las muchedumbres,
sanaba a los enfermos, daba esperanza a los
más desesperados… Desde lo más hondo de mi soledad y de mi humildad,
grité; “Hijo de David, ten compasión de m´”.
Y precisamente
mientras gritaba, voces de personas que pasaban delante de mí y que no conocía
ni veía me regañaban, tratando de impedir que siguiera gritando mi necesidad,
que hiciera llegar mi súplica, me decían que me callara, y eran un obstáculo para mi invocación… Pero cuando más me decían
que me callara, tanto más gritaba yo a voz en grito: “¡Hijo de David, Jesús,
ten compasión de mí!”.
De
pronto sentí que alrededor de mí se había hecho el silencio e intuí una presencia
diferente, que dijo: “Llamadlo”. Los que antes querían que me callara, al
percibir la autoridad de aquella orden, se acercaron a mí. Me invitaron a
levantarme y acercarme al profeta, a Jesús, que estaba allí, cercano a mí, cuya
fuerte personalidad me había atraído ya.
Después
se produjo una serie de pasos y acontecimientos que me han marcado
profundamente… La historia del encuentro con Jesús es diferente para cada
persona, pero en todas ha habido invocaciones, curiosidad y deseos, antes de
que la fascinación misteriosa de quien sabe mirar dentro, mientras tú no ves,
se adueñe de ti para siempre…
Entonces
sentí en mí una fuerza que me hizo ponerme en pie… Sentí que podía empezar a
caminar y arrojé el manto que me había protegido y defendido, pero también me
había dejado solo y bloqueado. Finalmente, libre de mis miedos y resistencias,
en un arranque de confianza y de deseo, me acerqué a Jesús, y él me hizo la pregunta
más importante de mi vida, la que nadie me había hecho nunca, la que ni
siquiera yo había conseguido hacerme: “¿qué quieres que haga por ti? “.
En
aquel momento caí en la cuenta de todo mi pasado, de todo lo que no había
comprendido yo de mí y de la vida; le llamé “maestro” y le pedí que me
devolviera la vista…
Me
dijo: “Anda tu fe te ha curado”. Descubrí que tenía una fuerza nueva, una
confianza insospechada; mis ojos se abrieron y, pude ver su rostro… y, como
envuelto por su mirada profunda y luminosa, sentí deseos de caminar, de moverme,
y empecé a seguirlo…
Desde
entonces no volví a abandonarlo. Hubo fatigas y dificultades, pero él estaba en
mi vida y yo podía verlo todo de un modo nuevo.
“Aquel manto era yo de alguna manera… “Piensa
en tus experiencias pasadas, en tu modo de afrontar la vida, en todo cuanto
siempre te han enseñado, en los hábitos que has adquirido, en tus prejuicios,
en tu modo de sentir la vida…
Escúchate… y elige un manto con el que envolverte…”. ¿cómo es ese manto con el que me envuelvo?
¿Cuáles han sido los pasos significativos de
Jesús en mi vida?
- Pienso que escucho a Jesús que pasa junto a mí. ¿qué invocaciones
brotan de mi corazón?
¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué deseo para mi vida?